¡Bienvenidos!

Aquí encontrarás textos lingüísticos y no lingüísticos, información general, actividades para trabajar en clase.
Este espacio intenta ser una herramienta más para colaborar en esta nueva etapa que comienza. Espero te sea útil.

martes, 24 de julio de 2012

Trabajo alumnos

Felicitaciones por los trabajos. Todavía debemos mejorar algunos detalles. Sin embargo, se los dejo para que podamos disfrutar de ellos y continuar trabajando en los mismos.

¿Por qué?

¿Por qué te hablo?
Si no me escuchas.
¿Por qué te beso?
Si nunca estás.
¿Por qué me acerco?
Si tú te alejas.
¿Por qué te espero?
Si no vendrás.
¿Por qué te sigo?
Si tú te escondes.
¿Por qué pregunto?
Si mentirás.
¿Por qué te amo?
Si ya no estás.
Melina de Mello 2°4

Dora

Dora la nadadora
Traga agua y llora
Y su mamá que la  adora
Le dice: no es nada Dora.

Dora se inspira en la aurora
Y escribe versos de los cuales
Es autora
Y aunque no le crean es muy seductora.
Dora es luchadora
Y entrena tres horas
Pero le gusta mucho más la computadora.

A Dora le gusta la fauna y la flora
Es muy encantadora
Y cuando prende la podadora
No la usa más que una hora.
Nicolás Olguín 2°2

El invierno

Relámpagos y truenos
Se escuchan al llegar
El invierno muy ruidoso
Sopla sin parar

Con frío la gente
Se va a estudiar
Y muchos se quedan
A descansar.

El sol se toma un leve descanso
Mientras el invierno
Hace su trabajo.

Hace frío y poco calor
Lo que desean todos
Es el intenso calor.
Jessica Barboza 2°4


Locura

El loco más loco de todos los locos
Tenía un sueño de locura
Quería pintar el país de celeste
Pidiéndole al cielo pintura.

El loco más loco de todos los locos
Tenía un sueño de locura
Quería tener la fuerza de un león
Con caricias de ternura.

Quería volar y volar
Se hizo dos alas con hojas
Y subió a un jacarandá.

Voló una mañana al futuro,
Volvió por la tarde lleno de alegría
Y me dijo seguro: que al volar con mucha locura se puede alcanzar la cordura.

Romina Soria 2°4

Traición

Te di todo cuanto tuve
Te di mi vida. Todo te di.
Más los años compartidos
No contaron para ti.

Hoy me dices que te marchas
Que encontraste un nuevo amor
Hoy yo sola me he quedado 
Con mi pobre corazón.

En ese momento creí
Que era una broma
Pero con el pasar de los días
Vi que todo fue verdad.

Pido que el tiempo
Pueda dormir mi dolor
No el de haberte perdido
Sino el de saberte traidor.

Jimena Alaniz 2°4




Un juego de palabras para la reina


Un juego de palabras para la reina



Francisco de Quevedo, el genial escritor español, frecuentaba la corte del rey Felipe IV y acabó ganándose su confianza. En una ocasión en que se hallaba ante su majestad, el monarca desafió al escritor a que le dijera a la reina que era coja, sin que ella, naturalmente, se diera por aludida.
Quevedo entonces mandó a buscar un par de flores y ofreciéndoselas, una en cada mano, le dijo: “Entre el clavel y la rosa su majestad escoja”. La reina objeto de la burla de don Francisco fue Isabel de Borbón primera esposa de Felipe IV, que por cierto era muy bella y popular.

Carlos Núñez Cortés

                                                                           “Los juegos de Mastropiero”


sábado, 21 de julio de 2012

Las cañadas de Juan José Morosoli


LAS CAÑADAS


El agua que corría por la calzada se llenaba de pequeños barcos de papel, que arrojábamos uno detrás de otro. Luego los seguíamos con la imaginación en su viaje por las calles del pueblo. Mi padre nos reprendía. Aquel continuo ir y venir bajo la lluvia, terminaría por mojarnos la ropa.
− Déjalos –decía abuelo. − No son los botes, son ellos que viajan…
Siempre el agua en nuestra alegría. El agua corriendo como nosotros.
Tras los ríos de la calzada, las cañadas llenas de saltos y con enaguas de espuma como las niñas.
Las cañadas llenas de encanto, con la juguetería de sus piedras de colores, redondas y sonantes como monedas.
Quisimos hacer una colección pero comprendimos que era imposible. Era tan difícil como coleccionar nubes.
− ¿No ves que todas, todas, son de colores distintos?...
Había de colores que solo se podían definir por comparación. Colores que solo tenían las frutas, los pájaros y las nubes.
Las golondrinas volaban sobre su cauce sonoro flechando la mañana. Peces como hojitas iban en la corriente.
Junto con los pantalones largos conquistamos el arroyo que ya era cosa de muchachos y no de niños.
Y luego las noches del arroyo.
Íbamos a pescar con los amigos.
La noche se escondía en el monte. Algunos pájaros cantaban las horas como relojes. La corriente se cargaba de estrellas. Las lagunas le tiraban de la cabellera a los sauces.
Nos reuníamos en torno de los fogones donde llameaban azules y amarillos los leños del pago.
La noche se iba corriendo hacia los bordes del campo y el arroyo se guardaba monte adentro…
Siempre había una corriente de agua en nuestras horas mejores.
Pero las cañadas eran las más queridas. Las cañadas son la niñez.”

Juan José Morosoli
Libro: “Perico”.

miércoles, 18 de julio de 2012

"El almohadón de plumas" de Horacio Quiroga


Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer. Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.

La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
-¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer...
-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.{
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.
-Pesa mucho  -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

domingo, 15 de julio de 2012

Ortografía


Hiato
El hiato se forma cuando dos vocales estando juntas se pronuncian en sílabas distintas. Dos vocales se separan en sílabas diferentes y no forman diptongo.

Clases de Hiato
¿Cuándo llevan tilde?
Ejemplo

Dos vocales iguales (a, e, i, o, u).

Según las reglas de acentuación.


Cré- e-me.
Po- se- er.

Dos vocales abiertas pero distintas.


Según las reglas de acentuación.

Hé- ro- e
Le- ón

Una vocal cerrada + Una vocal abierta


Siempre. Sin tener en cuenta las reglas de acentuación.

Bú-ho
Pa- na- de- rí- a
Lu-cí- a

Una vocal abierta + una vocal cerrada


Siempre. Sin tener en cuenta las reglas de acentuación.

O-ír
La-úd
Pa-ís

Observaciones:  La h intercalada entre dos vocales no impide que el hiato lleve tilde.
                              La regla de los hiatos se antepone a la regla de acentuación ortográfica.

Ortografía


Diptongo
Los diptongos son secuencias de dos vocales que se pronuncian en la misma sílaba. Los diptongos pueden estar constituidos por las siguientes combinaciones vocálicas:



Diptongo

Tilde

Vocal abierta + Vocal cerrada


La tilde se coloca siempre sobre la vocal abierta. Según las reglas generales de acentuación.


Vocal cerrada + Vocal cerrada
Distinta


La tilde se coloca siempre sobre la segunda vocal cerrada. Según las reglas generales de acentuación.











Nota:   Vocal Abierta (a, e, o)
             Vocal cerrada (i, u)


Triptongos
Los triptongos son una secuencia de tres vocales que se pronuncian en la misma sílaba. Necesariamente tiene que estar constituida por una vocal abierta  (a, e, o) seguida de una cerrada (i, u).  Los triptongos se acentúan según las reglas generales de acentuación de las palabras esdrújulas, graves y agudas.