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viernes, 24 de febrero de 2012

Reflexiones de un congresista


(Fragmento)

  No hace mucho se publicó aquí  un libro del mejor novelista y cuentista de Hispanoamérica. La obra –eran dos, reunidas en un solo volumen- está poblada de maneras de hablar mejicanas. La edición española las “tradujo” por formas de hablar popular de Madrid o Barcelona. El resultado es cómico e irrespetuoso.

  No sé cuál puede ser la solución -si es necesaria y se la busca- para este otro obstáculo que enfrenta la comunicación entre los países de Hispanoamérica y de estos con España. Y no  olvidemos, al pasar, la cantidad de dialectos indígenas que existen y se usan  en América. Recuerdo que durante una campaña electoral de Bolivia, Paz Estenssoro, cuyo nombre vuelve a difundirse en estos días, tuvo que decir sus discursos en veinte dialectos, totalmente distintos, hasta el punto de que los hablantes de un mismo país –y que forman en casi todos los casos la inmensa mayoría- no pueden entenderse entre ellos.

  Pero también entre los habitantes de estos países hispanoamericanos y de habla española existen sutiles o groseras diferencias en el sentido de ciertos vocablos. No es difícil que un rioplatense “meta la pata” con toda inocencia conversando en México, Venezuela y Colombia. Recuerdo el caso de una señorita, hija de un embajador, que concurrió a una fiesta en México y ante los elogios que le hicieron por su vestimenta contestó:

-Oh, no. La modista estaba con prisa y la pollera (falda) quedó chingada.

  Y esta frase, tan desprovista de malicia en su país, provocó silencio alarmante –para la chica- de desconcierto y censura.

  Otrosí: recorrí buena parte de México en un pequeño automóvil que manejaba un chico muy simpático e inteligente. Como era forzoso, luego de varia horas de evolucionar sobre abismos, a una velocidad mínima de ochenta kilómetros y por carreteras excavadas en la roca de las montañas que solo permiten el paso simultáneo de dos vehículos (allí no es de hombre temer a la muerte), la conversación cayó en el tango. Mi compañero sabía de memoria una gran cantidad de letras de tango y las cantó con buena voz. Yo tarareaba discreto. Finalmente, él me preguntó:

-Dime, ¿qué quiere decir  <<la mina piantó del bulín>>?

Y yo le contesté, con voz de suficiencia:

-Muy fácil: <<La percanta rajó del cotorro>>.

  Después nos aclaramos. Él conocía cientos de tangos, pero le era imposible entender la mayor parte de las palabras del lunfardo rioplatense. Pero no es probable que estas incomprensiones turben el desarrollo del congreso que está planteado. Allí todos hablarán en español, que es nuestra lengua, y si alguno inconscientemente resbala, las consecuencias se reducirán a alguna sonrisa.
Febrero de 1979

Juan Carlos Onetti: Confesiones de un lector, Alfaguara, Madrid, 1995.

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